Iba a morir y había decidido no resistirse.
Él pensaba acabar con su relación. Parecía haber olvidado la cantidad de obstáculos que habían superado juntos los últimos tres años. Y ese amor iba a morir porque él no pensaba darle una oportunidad. Llevaban tanto tiempo solos que sus sentimientos se habían transformado en una enfermedad.
No quería retrasarlo más y subió al primer piso, sintiendo que el pecho le ardía por el miedo y las piernas le temblaban, hacia el dormitorio. La puerta estaba cerrada. Atrancada por un mueble que colocó ella misma hacía una semana. Pronto escuchó los arañazos. Se mareó. Al acercarse a la puerta le llegó el olor que él emanaba. Demasiado calor los últimos días. Él también la percibió y comenzó a dar gruñidos y golpes frenéticos.
Despejó la entrada del dormitorio. Él parecía escuchar atentamente lo que estaba pasando. Intentando adivinar sus intenciones. Ella cerró los ojos y se propuso abrir la puerta. No llegó a hacerlo. Él salió como una ráfaga de aire putrefacto directo a comerse su garganta. Habían roto para siempre. Ella no gritó, tan sólo tuvo tiempo de decirle:
–Siempre te querré.
Esther Paredes Hernández
Barcelona, 28 de Agosto de 2016