En esta etapa de la madurez, Stephen King ha vuelto a salvarme la vida. Sí, sí, ya lo hizo antes.
Por la manera en la que transcurrió mi infancia, no tuve más remedio que acostumbrarme a vivir con el miedo. Un miedo que se ha instalado en mi estructura emocional y con el que he tenido que aprender a convivir. Aunque, como bien sabéis el miedo tiene una y mil caras, de manera que todavía lidio con temores nuevos.
Por ejemplo, nunca me había preocupado de manera especial la enfermedad. La muerte sí, como a todos. Pero no la enfermedad. Siempre he cuidado de mi salud como norma. Y, sin embargo, ya veis, no podemos adivinar lo que nos depara la vida.
Empecé a leer a Stephen King en un momento crucial de mi infancia. Y me ayudó a evadirme experimentando con sus personajes diferentes formas de enfrentarnos a nuestros terrores. Ellos, como yo, tenían miedo y no se avergonzaban. Me salvó la vida de manera metafórica, consiguió rescatar mi cerebro y alejarlo de cualquier otro camino más oscuro que pudiese haber elegido.
Decidí, entonces, escribir una novela por él. En su honor. Como una especie de agradecimiento por la catarsis que había experimentado. Sin embargo, ya sabéis que me he quedado en la línea de salida. Pero por poco tiempo. Creo que, en esta ocasión, hay demasiado en juego. Ahora la verdad es tan descarada que resulta ridícula.
Me percibo tan distinta a la de hace unos meses que, de alguna manera, siento que debo recorrer un camino diferente. Aunque me empeñe, he dejado de ser la que era. Por eso reviso el pasado. Porque para poder volver a construirme necesito saber qué cojo y qué dejo de estos cuarenta años.
Su célebre frase (dependiendo del traductor de inglés que escojas) «El momento más espantoso es siempre justo antes de empezar» Es mi nuevo lema. De hecho, la he pegado en mi pared con un vinilo que encargué por internet. De nuevo, este escritor, este símbolo para mí que roza el absurdo, ha regresado a mi cotidianidad a modo de segunda oportunidad, de una especie de segunda vuelta.
Porque empiezo a ser como uno de sus personajes que lucha por no perder la cordura, por no dejar que la oscuridad lo abarque todo. No es desánimo, no es depresión, es encontrarte en la fría zona abisal más tremenda. Y a eso hay que llamarlo con otro nombre.
Tengo miedo y tengo que experimentarlo, desarrollarlo y ver a dónde quiere llevarme. Stephen me acompaña en el viaje… por segunda vez.
Esther Paredes Hernandez
Barcelona, 27 de Abril de 2017
Sus novelas son para eso: infundir miedo y sobrellevarlo. A mi también me encanta esa clase de narración.
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Pues me encanta que lo compartamos! Un fuerte abrazo
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“La verdad es tan descarada que resulta ridícula”, es una gran frase. Una verdad como un templo o como un puño de los que se citan cuando se dicen verdades como puños.
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Vaya, muchas gracias por tus palabras! A veces la vida se pone tan seria que te entra la risa… nerviosa, histérica. Te agradezco que hayas leído mis textos. Me hace sentir acompañada. Oficialmente ya nos conocemos en el mundo virtual. Encantada! Un fuerte abrazo.
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Para mí ha sido mi grato encontrarme con tu sensibilidad, generosidad y con tu amor y tu fe en la literatura. No me agradezcas que te haya leído, se escribe para eso. ¡Ánimo con tu proyecto!
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