Este relato nace de la colaboración con Danielis. Una seguidora de mi Página de Facebook @elesconditedelacuentista. Es una jovencita venezolana entusiasta, sensible y todo un encanto. Me propuso que escribiese un cuento de miedo, dándome completa libertad, a partir de un argumento que ella había elaborado. Me fascinó la idea. Unir mis miedos con los suyos. Dos generaciones compartiendo un sentimiento universal: el terror de convertirnos en la obsesión de otra persona. Mi tema favorito por cierto. Ahí va para todos vosotros. ¡Esperamos que disfrutéis con la lectura!
Iván no tenía por costumbre quedarse en casa un sábado por la noche. Y menos cuando su madre estaba de viaje y podía hacer lo que le diera la gana. Pero por mucho que costase creerlo, allí estaba. Tumbado en el sofá, con las zapatillas sucias de deporte puestas y como única luz el resplandor que emanaba de la pantalla del televisor. Apenas podía distinguirse en la oscuridad del salón su rostro aburrido.
Todo porque sus amigos estaban estudiando, el lunes siguiente comenzaban los exámenes finales. Suspiró enfadado y se dio la vuelta para observar fijamente el techo. La televisión había dejado de interesarle. Cruzó los brazos sobre su pecho. Qué largo se le iba a hacer el fin de semana.
Cogió el móvil y revisó todos los chats para comprobar que no hubiese nadie más con ganas de charlar y aprovechar esa noche. Nada. Silencio. Resopló y optó por irse a su habitación. Llevaba horas tumbado y ya estaba harto. Entró en su dormitorio y encendió el ordenador. De acuerdo. Lo haría. Estudiaría un rato por no morir de aburrimiento.
Se metió en el grupo de la Universidad, en Facebook, y preguntó si alguien podía pasarle los esquemas para el examen de Química aplicada. Mientras contestaba alguna alma caritativa, buscó música en su ordenador. Comenzó a sonar The race de Thirty seconds to Mars a todo volumen.
La ventana de su habitación estaba medio abierta y un pájaro blanco se golpeó primero en el cristal para acabar entrando mientras cacareaba tan fuerte que la música no lograba ocultar aquellos sonidos tan molestos. Iván saltó de la silla sobresaltado y observó atemorizado al pequeño animal que se había roto un ala e intentaba despegar del suelo sin éxito. Abría su pico una y otra vez quejándose.
Era un extraño pájaro. No reconocía la especie a simple vista. Las blancas plumas se habían manchado de sangre. Lo agarró con repugnancia y sintió el ala rota en su mano derecha. Desencajada, extrañamente deformada. El ave no dejaba de agitarse y comenzó a darle fuertes picotazos en los dedos. Iván podía ver cómo se teñían de rojo sus dedos mezclándose su sangre con la del pájaro. Apretó más las manos en aquel pequeño cuerpo y notó cómo le rompía la otra ala.
Ya no soportaba más ese calvario. Gritó fuera de sí y, como si se tratase de una pelota de béisbol, lo lanzó a la calle. Cerró los ojos y esperó un instante. Terminó la canción que sonaba por los altavoces del ordenador. Al igual que el cacareo del animal. Se había callado por fin y sabía por qué. Ya sólo se escuchaban sus tensos jadeos intentando recomponerse. Acaba de matar a un pájaro. De delicadas plumas blancas. Recordó la sensación de los huesos partiéndose en las palmas de sus manos. Corrió hasta el cuarto de baño y vomitó.
Se frotó las manos enérgicamente para borrar la huella sanguinolenta de su crimen. No le dolían los cortes provocados por los picotazos. Le dolía el pecho. Al contemplarse en el espejo no le gustó lo que vio. Estaba muy demacrado y se le habían ensombrecido los ojos. Se notaba que lo había pasado francamente mal unos minutos antes. Cerró los párpados y se obligó a olvidar lo que había sucedido. Se prometió a sí mismo no asomarse por la ventana para ver al animal muerto.
Con pasos cansados, regresó a su habitación. Rozó el ratón y se iluminó la pantalla. Buscó el nombre de la especie a la que pertenecía el pájaro. No tardó en comprobar que se trataba de un mirlo blanco. No le gustó averiguar lo especial que resultaba un mirlo de ese color. Por lo extraño e inusual. De repente tuvo deseos mirar afuera para comprobar lo que ya sabía, que aquel pequeño corazón había dejado de latir simplemente por haber entrado en su dormitorio. De manera inconsciente se apretó los dedos dónde estaban las mancha de sangre hacía unos minutos. La culpa se había instalado en su cuerpo.
El aviso de un mensaje en el chat de estudiantes le sacó de su torbellino de sentimientos confusos. Ariana, una estudiante de otra clase, le mandaba los resúmenes del temario que había pedido. Agradeció tanto poder alejar de sus pensamientos al mirlo blanco que se animó a mantener con ella una conversación. No la conocía y corría el riesgo de que la chica notase el acercamiento un poco forzado pero no le importaba.
Ari, que así le pidió que la llamara, le confesó que llevaba horas estudiando y ya comenzaban a bailarle las frases del libro. Además, le parecía una tontería sacrificar de esa manera la noche del sábado. Pero sus padres eran muy estrictos y no la dejaban salir cuando llegaban los exámenes. De hecho, llevaba ya dos semanas viviendo entre la Universidad y su habitación.
Iván comprendió en las palabras de aquella chica que se encontraba tan sola como él en aquella larga noche. Rió para sí mismo al fijarse en la foto de perfil de Ari, llevaba gafas. No podía ser de otra manera, era una cerebrito en toda regla. Qué regalo tan oportuno le había brindado el destino para los exámenes finales. Y para olvidar que había un pequeño bulto de carne inerte con alas bajo su ventana. No se conocían en persona, pero habían conectado de manera virtual y él se sentía muy agradecido.
Los días siguientes transcurrieron deprisa. Estudiando con Ari a través del chat y mensajes de audio. El mirlo que mató quedó enterrado en algún lugar de su cerebro junto a otros recuerdos y trastos viejos que no quería rememorar. Ari ayudó también a este olvido necesario pues la chica supo cómo enternecerle con sus conversaciones íntimas en las que le confesaba sus secretos. Iván, por su parte, le respondía con la misma confianza. Pues entendió que Ari era de esas pocas personas honestas y leales en las que podía refugiarse.
Pasaron los finales e Iván pudo celebrarlo con sus amigos. Antes de salir hacia la fiesta, le mandó un mensaje a la chica para que se uniera a ellos. Pero Ari quería descansar. Cada vez le costaba más sobrellevar la presión de sus padres. Además, no le iban a dejar. Él, agradecido por todo lo que le había ayudado, le propuso quedar en una cafetería cercana a la Universidad la tarde siguiente. Ella le confesó que a sus padres no les gustaba que quedara con chicos que ellos no hubiesen aprobado antes.
Aunque en realidad nunca aceptaban a ninguno y ella apenas podía salir. Iván insistió. Tenía que enfrentarse a ellos. Ari tenía dudas. Sin embargo aceptó. Nada podía ser peor que estar encerrada en casa día tras día.
La diversión nocturna duró más de lo que Iván esperaba y llegó a casa a la mañana del día siguiente. Su madre le esperaba en el salón. Sentada en el mismo sofá dónde, un par de semanas antes, él se moría de aburrimiento. Su cara reflejaba mucho enfado. Pero no le importaba. Se lo había pasado demasiado bien como para permitir que se lo estropeara. No contestó a sus preguntas y calló su voz dando un portazo al meterse en su habitación.
Se quitó la ropa que olía a humo pegajoso y a alcohol. Su último pensamiento fue para Ari. Sonrió al pensar que la conocería por fin en persona. La cama le resultó muy cómoda y refrescante. Un sueño piadoso le engulló en cuestión de segundos. Tiró de él y le llevó lejos a través de un profundo túnel. Sin embargo, no todo iba a ser tan placentero en su descanso. De repente, la cavidad se transformó en otra cosa. Iván conducía su coche atravesando la oscuridad. Los faros iluminaban el asfalto haciendo destacar las líneas blancas discontinuas de la carretera.
En la radio sonaba The race de los Thirty seconds to Mars. Apretó las manos en el volante y comenzó a sudar. Pero otros sonidos se mezclaron con la canción. El precioso canto de un pájaro. Líneas blancas en el negro suelo. Pisó con fuerza el acelerador como queriendo escapar de un recuerdo «terrible. Sus manos se contrajeron intentando convertirse en unas garras y el volante comenzó a crujir. Huesos rotos. El motor rugió cuando Iván aumentó la velocidad de manera alarmante. Líneas blancas.
No supo de dónde surgió pero no puedo evitar golpear a una figura blanca que se encontraba plantada en medio de la carretera. Perdió el control del coche durante u instantes hasta que logró frenar. Gritó despavorido porque sabía que acaba de atropellar a una persona. Corrió hacia el bulto blanco que yacía inmóvil en el suelo pero, por más que lo intentaba, no lograba llegar hasta él.
Lloró impotente, apretó la mandíbula y alargó los brazos para conseguir zafarse de la fuerza invisible que le impedía socorrer a aquella persona. Se despertó con los zarandeos de su madre preocupada por los alaridos que profería. Respiró aliviado al comprobar que todo había sido una pesadilla.
Le preguntó desorientado a su madre qué hora ella. Le contestó que las doce del mediodía. Iván le confesó que había quedado por la tarde con una chica y que no quería dormir demasiado. Tenía mucho interés en conocerla. Su madre le retiró el pelo de su frente sudorosa mientras sonreía de manera maternal. Esto causó el efecto que ella deseaba y el chico volvió a conciliar el sueño. Esta vez fue plácido y reparador.
Abrió los ojos lentamente. Le dolía mucho la cabeza. Parecía como si le hubiese arrollado un tren de mercancías. Había dormido tan profundamente que sus músculos no conseguían recuperar las ganas de moverse. Miró el reloj y su corazón dio un brinco. Eran las diez de la noche. Había quedado con Ari y había faltado a la cita. Suspiró perezoso. Seguro que estaría molesta. Le había fallado. Sintió un peso sobre él que no le apetecía cargar. Al fin y al cabo se conocían desde hacía poco. Tampoco le debía nada.
Le recriminó a su madre que no le despertara. Pero ella insistió en que lo había intentado varias veces pero que él no conseguía despertarse del todo. Después de cenar la culpabilidad le reconcomía por dentro. Así que quiso asumir su responsabilidad y se sentó en el ordenador. Le escribió a su amiga un mensaje de disculpa y aguardó impaciente una respuesta. Era de madrugada y era posible que ya estuviese dormida, pero quiso intentarlo. Empezó a frotarse las manos como la noche en la que se las manchó con el mirlo herido.
Un nuevo mensaje iluminó la pantalla. Ari aceptaba sus disculpas. Se había sentido una idiota esperando en la cafetería. Viendo a compañeros suyos pasándolo bien con sus amigos mientras ella estaba sentada sola en una mesa disimulando su decepción. Iván se apresuró en llamarla por teléfono. Quiso hablar con ella para demostrarle lo importante que era para él. Que no había acudido a la cita porque se había dormido. Sólo eso. Ari le escribió que no se preocupase. Estaba cansada. Sus padres habían montado en cólera. Daba igual, estaba aliviada ahora que él le había dado explicaciones. Quedaron en verse para desayunar.
Iván entendió que Ari no quisiera seguir hablando con él. Bastante generosa había sido. Otra persona no habría sido tan comprensiva. Además, se le encogía el corazón al imaginar el conflicto que le podría haber originado con sus padres. Mañana la vería y nunca más la dejaría sola.
Apareció una noticia en el grupo de estudiantes. Una compañera de la Universidad se había suicidado esa tarde arrojándose desde de la ventana de su dormitorio. Abrió el enlace y leyó el suceso. La fotografía le dejó sin aliento. Un bulto blanco en medio de la carretera. El mismo bulto de su pesadilla. Podía adivinarse el cuerpo de la chica que vestía un camisón de tirantes. Sus brazos parecían rotos por el golpe. Parecía flotar en un charco rojo. Una alarma se disparó en su cabeza.
Bajó el cursor hasta leer el nombre de la joven. Ariana. El corazón amenazaba con pararse. Buscó en la información otra foto de la fallecida. La encontró. Esas gafas tan reconocibles. Su sonrisa tímida. Lanzó la pantalla del ordenador contra el suelo sin entender lo que estaba pasando. La pantalla se apagó y se volvió negra. Empezó a vestirse. Iba a ir al lugar del accidente. Necesitaba información, necesitaba saber.
Empezó a ponerse la chaqueta cuando la pantalla se iluminó. Ari le había mandado un mensaje al móvil. Iván, al verlo, rió descontrolado. ¿Podría haber sido todo un malentendido? Se apresuró a leerlo. Ari quería que se vieran ahora mismo. No quería esperar hasta el día siguiente. De hecho, ya estaba de camino. Iba caminando pero llegaría en unos diez minutos. Iván aceptó gustoso. Saldría a recogerla con su coche. También estaba impaciente por comprobar que se encontraba bien.
Conducía aliviado. Enamorado de aquella chica a la que nunca había visto pero que tanto conocía. La encontró tras recorrer dos manzanas. Encendió las luces de emergencia y bajó ansioso del vehículo. Ella sonrió ruborizada. Estaba preciosa. La abrazó con fuerza con miedo de perderla y se besaron unos segundos que se convirtieron en horas, en años.
Subieron al coche y salieron de la ciudad. Durmieron juntos en el asiento trasero después de aparcar cerca de la playa. Habían hablado de todo y de nada. Poco importaban ya las palabras. Sólo la piel era lo que contaba ahora su historia.
El sol apareció entre las nubes mañaneras. Iván abrió satisfecho los ojos y contempló a Ari entre sus brazos. El móvil vibró con la entrada de un mensaje de uno de sus amigos. El cadáver de la chica muerta estaría en el tanatorio al mediodía para que todo el mundo pudiese despedirse de ella antes de enterrarla. Estaban quedando todos los compañeros para acudir juntos. Iba a resultar muy duro.
Iván dijo que iría. Antes de despedirse de su amigo, le preguntó quién era la chica que se había suicidado. Él le contestó que no la conocía, no iba a su clase. Se llamaba Ari. Ariana en realidad. Era muy callada y no se relacionaba mucho pero era buena estudiante y amable con todos. No merecía morir. No estaba bien lo que había pasado. Se comentaba que los padres la tenían demasiado amarrada. Pero vete a saber… ¿No había leído la noticia en el chat?
Iván ya no le escuchaba desde hacía rato. Dejó caer su móvil al suelo. Volvió a mirar a Ari entre sus brazos. Su cerebro intentaba saber si era una casualidad, si había muerto otra Ariana o si se estaba volviendo loco. La apretó contra su pecho. Ella gimió dormida. Notaba la fragilidad de su cuerpo entre sus manos. Detectó la extrema palidez de su piel, casi era blanca.
Contrajo todavía más las manos. Sentía los huesos y percibía su debilidad. Ella se despertó y gritó por el dolor. Él estaba fuera de sí y la agarró tan fuerte como pudo sujetándola de los brazos. Ella comenzó a agitarse, intentando liberarse. Primero le dislocó el hombro derecho. Los alaridos de Ari a causa del dolor retumbaban en el interior del coche. Pero parecían lejanos para él.
Ella continuaba resistiéndose y se escuchó cómo se le quebraba el brazo. Un mirlo blanco se estrelló contra la ventanilla. Iván se distrajo y aflojó. Pero Ari no podía moverse por el dolor. Otros mirlos, decenas, comenzaron a estrellarse contra los cristales. Primero aparecieron unas grietas. Después estallaron. Los pájaros cubrieron a Iván y le picotearon desgarrando su carne, haciendo trizas su piel. El dolor lo llenaba todo. Y el blanco se manchaba de rojo.
Encontraron a Iván en el interior de su coche cerca de la playa. Nadie pudo explicar cómo pudo romperse a sí mismo los brazos y morir desangrado a causa de las heridas que se provocó. Pequeñas y centenares heridas. Tuvo que sufrir en extremo durante horas hasta entrar en shock por el dolor.
Descubrieron en su móvil abierta la página en la que apareció la noticia del suicidio de Ari. En ella se contaba que los padres de la chica habían encontrado una carta de despedida en su habitación.
Iván, abriste la ventana de mi libertad para después lanzarme al vacío con las alas rotas.
El chico debió sentirse muy culpable. De alguna manera tenía las manos manchadas de sangre.
©Danielis Tovar ©Esther Paredes Hernández
Barcelona, 18 de Marzo de 2018
Este es el argumento que me envió Danielis y en el que he basado el relato. No lo puse antes para no hacer spoiler .
«Dos personas que se conocieron en línea gracias a amigos en común. Dani y Jesús se la pasaban siempre hablando por chat. Tenían tantas cosas en común que ya se habían hecho demasiado cercanos. Jesús se identificaba perfectamente con la chica de lentes, y siempre se sentía cómodo para decirle sus problemas. Un día, quedan de acuerdo para encontrarse, conociendo así finalmente. Él ese día amanece con una pereza horrible, y no va a verla a dónde acordaron. No le avisa sino hasta que ya había pasado la hora del encuentro. Ella contesta el mensaje, nada molesta con él por dejarla plantada. Siguen hablando con su cotidianeidad. Cierto día, Jesús lee el periódico local, encontrando algo que le heló los vellos. El reporte de una chica asesinada, muerta por un accidente gracias al descuido de un conductor por la calle. Responde al nombre de Dani, y sucedió el día que se encontrarían a la hora después de lo acordado. Jesús se tensa, y en ese momento, recibe un mensaje de ella.»
Hay veces que cuando echas de menos a alguien la alegría se desborda si de nuevo aparece de nuevo…
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Sí tienes razón. Precioso comentario. Te lo agradezco mucho 😘😘😘🌷🌷🌷
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te ha salido un relato verdaderamente terrorífico sobre el dolor que nos inflijimos a nosotros mismos
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Me encanta que hayas hecho una lectura tan precisa. Me hace sentir conectada! Me asusta el daño que los demás me pueden hacer, pero más todavía el que me puedo hacer yo misma. Muchas gracias por leerme y por el comentario! un fuerte abrazo
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A uno mismo, a otros y a través
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A uno mismo y a otros… Cuanto no escrito!
Cosas del tlf. Mis disculpas.
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Tranquilo!! Muchas gracias por leer y por tu generoso comentario!!
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