Aprieto los labios hasta que la sangre deja de rozarlos
y se vuelven grises,
se agrietan por la sequedad de la furia
que mi cerebro comprime sin éxito
porque no puede reducirse
ni desaparecer
si los labios no se abren de par en par
para que el grito aparezca
y golpee la pared destruyéndote
de una vez por todas.