Cuando abrió la verja oxidada, contempló el salvaje jardín que tenía ante sus ojos y supo enseguida dónde debía buscar para encontrar la caja de madera en la que escondió recuerdos importantes treinta años atrás.
No sólo recordaba de memoria el punto exacto, sino que lo dibujó en un papel para no correr el riesgo de que se le olvidase. Sin prestar atención a la vieja escuela, cuyas ruinas se erguían todavía majestuosas e intimidantes, caminó sobre las hierbas secas y el sonido que producían al romperse le sirvieron de compañía mientras se le encogía el corazón pensando en la posibilidad de que la caja no estuviese donde la enterró.
En medio de aquella maraña de viejos sentimientos y ramas secas, se alzaba, dominando el paisaje, un magnífico roble que llevaba vividos muchos más años que aquella escuela. Llegó hasta él, jadeante por la tensión, y pegó la espalda en el áspero tronco, mirando hacia el oeste. Sacó el amarillento trozo de papel de libreta en el que había escrito con bonita caligrafía y leyó las instrucciones para encontrar el tesoro que iba a recuperar. Anduvo veinte pasos hacia adelante, contó otros diez a la izquierda y luego, quince a la derecha. Se detuvo solemne en ese punto, sacó de la mochila una pequeña pala de jardín y comenzó a cavar.
Cuando el metal golpeó la madera no pudo contener un grito de satisfacción. Comenzó a sacar tierra con manos impacientes y, en cuanto notó los cantos de la caja, la sujetó con fuerza y la sacó a la luz. Era tan bonita como la recordaba, con esas flores pintadas a mano por su madre, cierto era que estaba muy deteriorada pero seguía conservando todo su encanto. Regresó deprisa a su coche y, una vez dentro, abrió la caja acompañando el ruido que produjo la madera vieja con un gran suspiro emocionado lleno de recuerdos.
En su interior, se escondían una goma de borrar de las que olían a caramelo de nata, un lápiz que llevaba escrito su nombre, una lazo del pelo de color rosa, un anillo de plástico, unos cromos y, lo más importante, lo que había ido a buscar: una pequeña foto en la que estaba con sus amigas del colegio, tenían nueve años. Todas aparecían luciendo amplias sonrisas y los ojos encogidos por las risas. Algún que otro sueño de aquellas niñas se había cumplido pero no demasiados y, mucho menos, los importantes. De eso iba aquella visita al pasado, por eso había recorrido varios quilómetros hasta allí.
Acarició el arrugado papel de la fotografía y sonrió. Volvió a meter todas las cosas dentro de la caja de madera y puso el coche en marcha. Recogió a los niños del colegio y, una vez en casa y mientras estaban en la bañera, escaneó la foto y la guardó en el ordenador. Repasó el email que ya había preparado y adjuntó la imagen. Las voces divertidas de sus hijos, jugando con el agua del baño, eran el escenario perfecto para la misión que aquella tarde iba a cumplir.
Muy lejos de allí, una mujer desgastada por la mala vida, que ya no sentía el sabor del sol y no distinguía los colores del mar, observaba las olas ir y venir y deseaba desvanecerse lentamente lo mismo que la espuma blanca se fundía en la arena. El móvil sonó porque que le había llegado un nuevo email. No tenía muchas ganas de leerlo pero tampoco tenía nada más que hacer.
Le costó reconocerse en la vieja fotografía y también reconocer a las demás. Cuando recordó, lloró amargamente por todo lo que había sucedido desde ese día. Poco podía imaginar entonces que el futuro era tan escurridizo e impredecible, caprichoso, y que iba a cambiarla tanto por dentro. Temorosa, leyó lo que su amiga le había escrito. Con cada palabra iba sintiendo, cada vez más, la sal marina en su boca; cada sentimiento recuperado, le llenaba los pulmones de brisa soleada; recuerdo tras recuerdo, su cuerpo entraba en calor.
Su amiga sabía que necesitaba ayuda y quiso recordarle quién era de verdad. Quién había sido siempre pese a todo. Porque ella la conoció en el inicio, cuando los tropiezos y los dramas todavía no le habían tocado el alma.
Unos meses después, recuperándose poco a poco, fue a ver a su amiga con la foto en la mano. Se abrazaron y acabó de sanarse al recuperar aquellos sentimientos profundos y sinceros que compartieron treinta años antes. Huellas del pasado que había enterrado dentro de su corazón y su vieja amiga en una caja de madera. Estelas de lo que fueron que no debían continuar escondidas.
Te he nominado para The Versatile Blogger Award, que paces un buen día…
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muchas gracias!! igualmente!!
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Qué bonito, Esther!
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gracias Maite!
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