Mi madre me abraza y me araña con su pelo de ramas sin querer. Pero estoy tan contenta de estar con ella que no me hace daño y sonrío en el negro de su habitación. Hacía mucho que soñaba con tenerla y por eso hoy, que parecía un día más, será un día inolvidable.
La mañana en clase ha sido muy aburrida hasta que le he tirado a Laura del pelo porque ha dicho que mi madre está loca. Nadie habla mal de mi madre. Laura ha llorado y yo me he sentido bien, quería que llorara porque eso quería decir que le había hecho daño. Si no le hubiera dolido, no habría sido un castigo. Me da tanta rabia que tenga el pelo tan largo y tan brillante…
Yo no me quedo a comer en el colegio. Al salir, hacía mucho calor, pero me he soltado la coleta y he ido a casa dando saltos para conseguir que mi pelo se moviera. Me llega a los hombros y tengo que saltar con ganas si quiero que lo haga. No como Laura ni como el de mi madre, a ella, a mi madre le llega el pelo hasta la cintura por lo menos. Así es como lo recuerdo.
Del calor por tanto salto, las manos han empezado a sudarme y se me han escurrido las llaves. Han hecho ruido al caer en la puerta de mi edificio. Menos mal que mi madre no lo podía escuchar desde nuestra casa o me habría caído una buena. Eso me ha puesto nerviosa. Lo sé porque el corazón me golpea fuerte por dentro. Me he secado el sudor de las manos en el pantalón y he subido despacio las escaleras hasta el tercer piso. Mi madre odia el ruido del ascensor. Antes de entrar, he sacado el cepillo de mi mochila y me he peinado para hacerme una coleta otra vez. Me he metido bien la camiseta dentro del pantalón y me he quitado las zapatillas. Mi corazón parecía un caballo galopando al abrir la puerta con cuidado.
Ya estoy acostumbrada a que esté oscuro porque las persianas las tenemos casi bajadas del todo y no puedo encender las luces si no es por una emergencia por la noche. Y eso solo si mi padre ha vuelto del trabajo. Lo primero que encuentras al entrar es el dormitorio de mi madre. Allí está siempre. No sé lo que hace y a veces me esfuerzo por escuchar su respiración, arrimándome a la puerta si está entreabierta, porque pienso que igual se ha muerto y no lo sabemos. Todo está tan silencioso que mis pasos parecen de elefante, por eso me quito las zapatillas. No soporto los nervios que me entran al escuchar la suela de las zapatillas porque no quiero que mi madre salga de su habitación, como pasó hace un tiempo. No quiero verla así. Ni ver su pelo largo como si fuera una cuerda vieja o un montón de nidos secos enredados. Tiene un pelo que podría cortarte las manos, es como lo recuerdo. Al otro lado de la casa, muy lejos de su dormitorio, se encuentran la cocina, el salón y mi cuarto. Para llegar hasta allí, camino por un pasillo estrecho y largo todo lo rápido que puedo y sin olvidar que no tengo que hacer ruido.
Hoy, después de entrar en la cocina y cerrar la puerta, me he esforzado por respirar para frenar los golpes del pecho y hacer que el caballo se quedara quieto. En la bancada he encontrado la comida preparada. Mi padre me contó que ella es la que cocina, que me quiere y me sigue cuidando. Yo no creo eso. Lo hace para que no manche o rompa algo y para que cada cosa esté en su sitio. Mi casa está muy limpia, todo brilla, aunque no sé cuándo limpia o prepara la comida, hace mucho tiempo que dejé de verla. A veces, me cuesta ver su cara en mi pensamiento. Cada día hay un plato al mediodía y un bocadillo para merendar. Mi padre se encarga de la cena porque él sabe cómo hacer las cosas para que mi madre no se vuelva loca. No me gusta pensarlo, pero creo que seguirá así hagamos lo que hagamos.
He calentado la comida y la he tragado con prisa para salir de la casa lo antes posible. Sin papá y sin poder encender la tele, hay mucho silencio por el día. Lo he recogido todo y he ido al cuarto de baño a lavarme los dientes. El lavabo está en mitad del pasillo: cerca de la seguridad de la cocina y, a la misma distancia, del agujero negro que es el dormitorio en el que se esconde mi madre de mí. Me he lavado los dientes cepillando con esmero. Cualquier día se puede levantar de la cama y revisármelos, como se hace con los caballos, lo vi una vez en una película en clase.
Me he peinado, me he colgado la mochila y he cogido las zapatillas. Las piernas me temblaban cuando me he acercado a su habitación. No he podido evitar quedarme un segundo junto a su puerta. ¿Sabría que estaba en casa? ¿No tiene curiosidad por lo que hago en la escuela? ¿No echa de menos abrazarme? He escuchado que las sábanas se movían y me he acercado un poco más.
Por un momento, he imaginado que me cogía en brazos, aunque he crecido mucho y no podría conmigo, pero lo he visto dentro de mi cabeza. ¡Pasos! ¡Eso eran pasos! Y he visto una sombra, algo venía hacia mí, tenía que ser mi madre. Mi respiración se ha parado en mi pecho cuando sus pasos han empezado a arrastrarse. He cogido el pomo de la puerta porque quería abrirla de par en par. He dado un paso y la nariz casi tocaba la madera. He forzado los ojos para intentar verla en la oscuridad. Y he visto los suyos, sus ojos rojos y cansados que intentaban escapar de la negrura. Pero, sin decir nada, mi madre ha cerrado la puerta con mucha fuerza, de golpe, y eso me ha hecho gritar de miedo primero, de pena después y he gritado de rabia mientras bajaba las escaleras del edificio a saltos. Odio a mi madre porque está loca, loca, loca, loca. Me he soltado el pelo, lo he agitado con las manos y he llegado a la escuela despeinada. Muy despeinada. Mis compañeros y la profesora se han quedado sorprendidos, pero no me ha importado.
Cuando hemos terminado las clases, le he tirado de la coleta otra vez a Laura porque he querido, para sentirme menos enfadada. Pero como no ha sido bastante, le he pellizcado en el brazo. Las lágrimas de Laura me han servido de alivio. Ella, en medio de la calle, me ha gritado llorosa que su madre va a hablar con la directora de la escuela. Qué me importa, mi madre no va a venir a ninguna reunión ni tiene teléfono. Y mi padre, bastante tiene de qué preocuparse. Soy intocable, como una superheroína.
Antes de entrar en casa, me he peinado con las manos como he podido y me he descalzado. Al abrir la puerta, me ha cegado una luz brillante que salía del dormitorio de mi madre. Me he acercado, usando los dedos de la mano como protección, pero la luz era tan blanca que aun así me dolían los ojos.
—¡Elisa, la merienda está en la mesa! ¿No hueles las galletas?
He escuchado la voz de mi madre, estaba en la cocina, y la piel se me ha apretado porque esa voz no era su voz. Por dentro he sabido enseguida que no lo era. Con cuidado, he caminado por el pasillo. La luz de su habitación parecía seguirme, iluminando toda la casa. La bombilla del cuarto del baño ha estallado cuando he pasado por la puerta.
Mi madre estaba de pie, con la bata mal abrochada y el pelo enredado como nidos secos al lado de la mesa redonda de madera. Tenía los ojos muy abiertos y ya no eran de color rojo sangre. Me recibía con una sonrisa llena de dientes y los brazos abiertos para abrazarme. No he podido decirle que no y he ido hacia ella. El abrazo no era como lo recordaba, era áspero y pinchaba como si tuviera espinas.
—Mi niña buena, come todas las galletas que quieras, he hecho muchas.
Y era verdad, la bancada de la cocina estaba llena de ellas y de harina y de cucharones sucios… Su voz no era su voz y he sabido que mi madre no era mi madre. Aunque no quería pensarlo de verdad porque quería recuperarla. Me he separado de sus brazos y he visto su cara de cerca. Ha abierto la boca para hablar y he descubierto, con horror, que dentro escondía un agujero negro. He cogido galletas con las manos temblorosas y he escapado a la calle para encontrar refugio en compañía de mis amigos. Me moría por darle un beso, pero me asqueaba pensar en cómo podría ser su piel teniendo en cuenta la voz horrible que salía por su boca desde esa oscuridad que vivía en ella.
Estaba riéndome con mis amigos y había olvidado a mi madre cuando la he visto asomarse al balcón. Con la bata mal puesta y el pelo sin peinar, con esa sonrisa fría e infinita, con todos los dientes asomándose. Seguía abriendo mucho los ojos como si no necesitara parpadear. No se ha movido del balcón, mirándome sin cambiar su cara. Mis amigos la controlaban de reojo, serios, y, aunque no han dicho nada, han vuelto a sus casas más pronto de lo normal.
He valorado quedarme en la calle, aunque fuera sola, hasta que mi padre volviera. Pero ella me estaba esperando. No sabía qué hacer. Mi madre, que estaba loca y vivía encerrada, se había convertido en un agujero negro que podría tragarme y a saber a dónde me llevaba. Dentro de mí, sabía que ese agujero no era mi madre. Tenía que rescatarla de él. Igual, con paciencia, con el tiempo, si la salvaba podría salir de su habitación y volver a abrazarme y yo dejaría de hacerle daño a Laura. Estaba segura de que esa voz no era su voz y esa madre no era mi madre. Yo era la única que podía ayudarla. He llorado al pensar que si no lo conseguía, la perdería para siempre y he sentido un gran vacío en mi interior que no era hambre porque había comido muchas galletas.
No recuerdo cómo he subido las escaleras porque estaba tan asustada que no podía pensar. Al llegar al rellano, esa cosa me esperaba en el umbral y me ofrecía su mano. La luz que salía de la casa era todavía más fuerte que antes y, al entrar, ya no podía ver ni por dónde pisaba. He sentido cómo me cogía de la mano y me llevaba hacia la cocina. No distinguía nada con tanta luz, pero una vez que nos hemos sentado a tientas a la mesa, se ha acercado a mí, ha abierto mucho la boca y me ha enseñado con claridad el túnel negro que tenía dentro. Ni dientes ni sonrisa, solo… hueco. He metido mi mano y he comprobado que parecía no tener fin. Había metido la mitad de mi brazo, cuando he sentido que algo tiraba de mí hacia adentro y gritando lo he sacado.
—No tengas miedo, Elisa. Es solo que tengo hambre, mucha, y solo tú puedes alimentarme.
La cabeza empezaba a dolerme con tanta luz, pero se me ha ocurrido una idea y la he puesto en marcha. He ido por la casa buscando con las manos cosas que me sirvieran: coleteros, sacapuntas, tijeras, trozos de tela, tenedores, vasos, rotuladores, muñecas, servilletas… Un montón de cosas. He vuelto a sentarme a la mesa redonda de madera con mi no-madre y he empezado a darle de comer. Ella ha doblado el cuello hacia atrás dejando la boca hacia arriba, de manera que era más fácil para mí meterle lo que había cogido para ella. Ha dejado caer los brazos a los lados como si se hubiese apagado. No sentía apego por esa cosa, me daba asco, me erizaba la piel hasta dolerme. Se mostraba confiada conmigo, pero eso no me ha ablandado. Le he dado tijeras, pan, servilletas, queso, muñecas, más pan, cucharas, galletas…
No sé cuánto tiempo hemos estado así, pero mucho, hasta que ha empezado a agitarse como si ya no le entraran más cosas. Me he puesto sobre ella, he cogido lo que me quedaba por darle y con el palo de la escoba he hecho fuerza para meterlo a la vez. Ha temblado mucho, casi me hace caer, pero pensaba en mi madre, la de verdad, en que la echo mucho de menos, en las veces que sueño con ella y en que no iba a dejar que esa cosa la hiciera desaparecer. Ha levantado los brazos y me empujaba para hacerme caer.
Me dolían los brazos y las piernas de resistirme y he empezado a llorar en silencio y a apretar mucho los dientes. Creía que no lo iba a conseguir, hasta que esa cosa ha dado sus últimos movimientos y se ha quedado inmóvil. La luz ha estallado como una estrella y ella se ha deshinchado sobre la silla. Sus ojos se han vuelto blancos y después negros. La luz, bueno las sombras, han vuelto a casa. Y ese trozo de carne se ha deshecho como si fuese agua. Ha empezado a deslizarse como el nacimiento de un río por el pasillo y ha entrado en el dormitorio de mi madre que tenía la puerta de par en par. He caminado hacia allí limpiándome las lágrimas y frotándome las muñecas. Y pensaba lo orgulloso que iba a estar mi padre cuando supiera cómo la había salvado. Como una superheroína.
Intento ver la lámpara del techo desde hace un rato, pero mis ojos aún no se han acostumbrado a tanta oscuridad. Se me escapa la risa tonta al pensar lo aburrido que había empezado el día hasta que le tiré a Laura del pelo y que he terminado recuperando a mi madre. Su cama es cómoda, pero está fría, no la recordaba así. No pasa nada porque me acerco a ella y me rodea con su pelo de nidos secos para darme calor. Me corta con él, pero me aguanto porque es mi madre y solo quiere cuidarme como me dice mi padre. Estoy contenta de que sea la mía, la única. No sé cuáles son sus planes para nosotras, pero no pienso volver a separarme de ella. Lo siento por papá, se sentirá solo, pero se acostumbrará. Somos una familia y velaremos por él desde la oscuridad.

Deja un comentario