Edgar

Recuerdo a Edgar, sí. Rememoro su rostro melancólico y sus ojos apesadumbrados muchas más veces de las que puedo contar. Esta agitada noche, previa a unas nuevas elecciones en Baltimore, es perfecta para revivir el pasado y cubro mi alma evocando la vestimenta prestada, roída y repugnante que lucía Edgar cuando su fin fue inevitable. La luna sabe que tenemos una nueva oportunidad para salvarle, pues ella, que también está de duelo en estas horas propicias a las ensoñaciones pasadas, no tiene la fortaleza suficiente para iluminar el camino que los espectros recorren buscando desligarse del mundo terrenal. Quizás yo sea capaz de encontrar a nuestro amigo entre ellos, tan solo necesito abrir mis alas para que hasta mí llegue el aroma de la oscuridad, aquella que asfixió a Edgar y que le abocó a una locura mortal. Esta noche necesito oler su miedo para hallar a mi amigo and nothing more.

Aprovecho el vaivén del viento cómplice, para batir mis negras alas con fuerza, poniendo cuidado para no golpearme contra los farolillos que en vano pretenden alumbrar las calles de esta ciudad convulsa. Me espera un arduo trabajo por delante, pues la niebla del inframundo se arremolina en la superficie del suelo embarrado, es la señal de que Hades no permitirá interferencias que ayuden a cualquiera de las almas resecas por el tormento eterno. El silencio adormecido que reina en Baltimore se rompe pronto con los gritos de terror de los hombres que contemplan en sus pesadillas los rostros descarnados de los muertos en la guerra y los alaridos de las mujeres que sueñan con la putrefacción de su belleza a causa del contagio de las toses sanguinolentas. Compruebo que la noche es el hábitat del miedo and nothing more.

Me aproximo a mi destino y otra luz alumbra el camino en esta velada nocturna crucial, un resplandor fugaz y titilante que atraviesa con esfuerzo el sucio cristal de las ventanas. Es el Gunner’s Hall, una de las tabernas con más prestigio entre los desahuciados, los condenados y los abandonados a la perdición. Desde el cielo puede escucharse la esencia del local: las amenazas, los cristales estallando contra el suelo, las sillas rompiéndose en una pelea y las canciones desafinadas, tristes, de orgullosos irlandeses que sellan la paz por unas horas. Percibo con claridad el olor ácido de los orines borrachos esparcidos por las paredes del exterior y tardo en decidir si es buena idea aproximarme, más llega hasta mí el aroma dulzón del cadáver de un gato y retomo con renovado brío mi labor. Desciendo y apoyo las patas en el frío barro de la calle que es un punzón que se clava en mis dedos con cada paso que doy. El perfume de la carroña es intenso, pero también el dolor por el recuerdo de un amigo perdido y no puedo distraerme de mi cometido. Imagino el instante de aquella madrugada cadavérica de octubre en la que Edgar, sin llevar puesta la negra capa de cadete que siempre lucía abotonada hasta arriba, se derrumbó en este mismo suelo, vociferando que Dios lo había abandonado y que por ello lo detestaba y lo amaba con la misma fiereza. Profería unos alaridos roncos que nacían del agarrotamiento de sus cuerdas vocales por la pesada tristeza que soportaba su pecho. Si hubiese sido un ave, los graznidos hubiesen puesto los pelos de punta al hombre más valiente. Juraba venganza por la prematura muerte de su esposa que lo había condenado a perecer a él también. Una a una, a lo largo de los años, había perdido a las mujeres que más amaba y que eran su delicado consuelo cuando estallaba una tormenta por culpa de una ruina económica, de un impostado orgullo, de una guerra abierta contra otros hombres, del consumo desenfrenado de alcohol y de opio. Primero desapareció su madre, después su madre adoptiva, le siguieron su hermana y su esposa. Todas sucumbieron a la tuberculosis implacable que cubrió de sangre sus sábanas. Por ello, Edgar creció y vivió sintiendo un miedo atroz, porque la Parca podía surgir de los rincones sombríos más inesperados para saltar sobre él en cualquier instante. Nunca quiso admitir que el dañino alcohol y el engañoso opio, a los que veneraba, eran esbirros leales que servían a la Muerte allanando el camino de su destrucción. Lanzaba improperios como latigazos, rascando su garganta, y terminó por romper su voz. Y preso del pánico abandonó esta vida el desventurado, creyendo que por fin la Muerte se llevaría su cuerpo y, lo que le resultaba harto insoportable, teñiría de oscuridad su alma. Edgar siempre fue un niño asustado a pesar de su genialidad y su carácter irascible, and nothing more.

 No logré llegar a tiempo para estar junto a mi amigo en la noche que su locura se desbordó e hizo naufragar su barco, engullido por las olas que rugían en su corazón reclamando a Leonor y Annabel. En esta misma calle infecta en la que me hallo, mientras el cortante viento me avisa de la cercanía de los sicarios de Hades y las ratas se atreven a mostrarme los dientes, en los límites de esta ciudad hiriente, cuyo puerto es un reducto de aguas turbias, en este mismo punto, Edgar se rindió a su terror más profundo: su propia desaparición. Mas no solo temía su muerte física, lo que le resultaba desgarrador era la condenación de su alma maltrecha. Si hubiese podido estar junto a él una vez más, le hubiera dado un último mensaje del inframundo al que pertenezco: que en sus manos residía la manera de poner fin a su sufrimiento. Si el pobre desgraciado hubiese sido capaz de ahuyentar a las sombras fantasmales que anidaban en su corazón delator, no habría tenido miedo… nothing more.

Debo emprender el vuelo de regreso al más allá, pues mi tiempo en la tierra de los vivos por hoy se ha consumido. Inevitable pesar me invade, pues he fallado de nuevo a Edgar. Mas el tiempo eterno está a mi favor y, como si de una expedición al Polo Norte se tratase, a pesar de que la humedad amenace con engullir mis huesos y que el viento helado quiebre mis alas, llegaré hasta el final de esta importante contienda: rescatar a mi amigo de la jaula en la que deambula ciego su espíritu y liberarle de sus miedos para que pueda volar en paz. Edgar merece eso y mucho más.

Baltimore, Maryland, 1849

4 respuestas a “Edgar”

  1. Como siempre auténtico, con el sentimiento terrorífico que también sabes transmitir 😘

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    1. Qué bien que te haya gustado! 🥰😍😍😍

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  2. Excelente narrativa y muy bellas tus letras, las he disfrutado en grande. Felicidades.

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    1. Me alegran mucho tus palabras y te las agradezco de corazón 🌹🌹🌹

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